El jardín del alma:: mito, eros y escritura en el «Fedro» de Platón
Ignacio García Peña
Materias IBIC - BISAC
- HP - FILOSOFIA
Resumen
Este trabajo analiza el Fedro de Platón, diálogo fundamental para comprender el pensamiento de su autor, pues se sitúa entre las obras de madurez y el período crítico constituido por sus diálogos de vejez. Una de las cuestiones destacadas es el lugar y la importancia de los mitos tanto en el propio Fedro como en la filosofía platónica en su conjunto, puesto que, aunque se rechaza la educación tradicional basada en la épica de Homero, Platón considera que el mito es una herramienta válida para el conocimiento a pesar de sus peculiares características. Aunque la filosofía se concibe tradicionalmente como una transición de lo mítico a lo lógico, Platón introduce en sus obras, y especialmente en el Fedro, narraciones repletas de imágenes sin la consideración de las cuales resulta imposible una adecuada comprensión de su pensamiento. Sin embargo, gran parte de la atención del trabajo se centra en el comentario del diálogo, uno de cuyos pilares fundamentales lo constituyen los discursos en torno a Eros, en los cuales Platón presenta una concepción diferente a la del Banquete, ya que ahora Eros es una divinidad que ejerce su poder sobre el alma humana, formada por tres fuerzas o impulsos diferentes según nos explica en el mito del carro alado. Sócrates y Fedro conversan a orillas del río Iliso a propósito de un discurso de Lisias, uno de los logógrafos más destacados de su tiempo. Tras leer uno de sus discursos, Sócrates pronuncia otro, ordenando los argumentos y otorgando una disposición adecuada al conjunto, aunque defendiendo la misma tesis, a saber, que el joven requerido debe conceder sus favores al no enamorado, dado que el amor es una enfermedad que incapacita para el raciocinio. Sin embargo, antes de volver a casa, Sócrates siente haber cometido una impiedad y decide entonar una palinodia, un nuevo canto, un discurso cargado de mitos que constituye uno de los pasajes más brillantes de la obra platónica. Eros aparece ahora como un dios transmisor de una locura beneficiosa por su origen divino. En el discurso socrático resulta fundamental la nueva imagen del alma humana, ya anticipada en la República, que se presenta a través de la conocida metáfora del carro alado tirado por dos caballos, que representan sus tres componentes o fuerzas. Este cambio en la psicología platónica lleva implícita una nueva valoración de la relación entre cuerpo y alma, iniciando así el camino de diálogos posteriores, en los que se intentará reducir el abismo que se ha abierto entre lo sensible y lo inteligible. Como interludio entre las dos grandes partes del diálogo encontramos un breve y bello mito que cuenta cómo unos hombres se fueron convertidos en cigarras tras olvidarse de comer escuchando el bello canto de las Musas. Las cigarras representan la pasión por la música, por ese canto que es el diálogo filosófico; la vida improductiva y dedicada al canto representa la palabra armoniosa y medicinal de la filosofía socrática. Es también importante la discusión en torno a la retórica, la dialéctica y, sobre todo, la escritura, que constituye la última parte del diálogo. Platón, además de dar muestras de su amplio conocimiento de los recursos empleados por los rétores y oradores de su tiempo, ofrece una serie de normas para la composición de un discurso, teniendo en cuenta, no sólo el conocimiento del asunto sobre el que versa, sino también las cambiantes y particulares características del auditorio, pues aquel ha de componerse teniendo en cuenta las circunstancias, el momento y los afectos del oyente o lector. Todo discurso debe constituir una imitación de un organismo vivo con cabeza, tronco y extremidades frente a las composiciones de los sofistas y a escritos que, como el de Lisias, no tienen pies ni cabeza. El Fedro constituye así tanto una exposición teórica de los principios de la buena escritura como un ejemplo práctico, mostrando una vez más la inseparable unión de forma y contenido tan característica de la filosofía de Platón. Especialmente interesante resulta la parte final del diálogo, por lo que respecta a la valoración platónica de la escritura y a la ineludible cuestión de las doctrinas no escritas. Es este uno de los temas de mayor actualidad entre los intérpretes de Platón, pues aún se discute si el autor transmitió su pensamiento a través de los diálogos o lo reservó para la transmisión oral en el seno de su Academia. Los defensores de esta última opinión defienden que Platón condena aquí la escritura por la incapacidad para escoger a su auditorio, pudiendo ser así fácilmente malinterpretado. Por eso, afirman, en los diálogos tan sólo podemos encontrar alusiones a una doctrina metafísica sistemática, que el filósofo comunicó exclusivamente a los iniciados en ella. Tal interpretación, no obstante, parece anular uno de los componentes decisivos del espíritu más propiamente platónico: la herencia de Sócrates. Las constantes aporías que aparecen en los textos, los cambios en las teorías y los regresos al punto de partida parecen sugerir que Platón tuvo muy en cuenta el carácter indagador y escéptico de su maestro, quien siempre destacó las enormes dificultades y los enigmas a los que se enfrenta el intelecto humano, haciendo del conocimiento algo tan valioso y divino como débil y provisional. Es cierto que no puede ponerse en duda que el discípulo fue mucho más allá que el maestro, proponiendo teorías a través tanto de sus mitos como de arduas argumentaciones, entre las que se destaca su concepción de las Formas o Ideas trascendentes, separadas de la región sensible y cambiante en la que estamos inmersos. Sin embargo, a pesar de la valía de ciertos testimonios, entre los que destaca el de Aristóteles, la gran mayoría de los textos nos lleva a pensar en el carácter evolutivo y dialéctico del conocimiento, pues no encontramos en los diálogos nada que justifique su carácter pretendidamente sistemático e inamovible. Por ello, la parte final de este trabajo se dedica a una breve consideración de la estructura y la intención de la forma dialogada de sus obras, muestra de la admiración por Sócrates y de la importancia de su método. Y es que estas conversaciones, imitaciones de los diálogos orales de su maestro en las calles de Atenas, están lejos de ser una mera forma de expresión sin importancia; muy al contrario, tanto la acción dramática de cada obra, como los métodos y su carácter dialógico y dialéctico desempeñan un papel tan fundamental como los argumentos y las refutaciones. Algunos venden apariencia de sabiduría de manera semejante a las fascinantes flores de los jardines de Adonis, que parecen magníficas pero marchitan con igual rapidez que germinan. Pero, según la metáfora que da título a la presente investigación, el conocimiento no se transmite como un fruto maduro, como un pensamiento acabado, susceptible de ser condensado en una serie de máximas y principios, sino más bien como una semilla que se ha de plantar en ese jardín que es el alma del que aprende y que, gracias a las conversaciones y demostraciones, a la contemplación de las imágenes y el resplandor de la belleza e incluso a la convivencia con la persona amada, hará crecer y florecer el frágil fruto del conocimiento. Confiamos en que la escritura cumpla los propósitos y la función que Platón le asigna en el Fedro: no inculcar ni transmitir un conocimiento inamovible, sino suscitar el interés y la curiosidad del lector, incitando a la reflexión y a la búsqueda del saber.